"Le encanta venir. La psicóloga me dijo que le haría bien en todo sentido", cuenta Carina, la madre de Isaías (siete años), que padece un problema emocional. En la pista del Jockey Club el chiquito camina y juega con "Taragüy", guiado por sus entrenadores, mientras "Criollito" descansa a la sombra. "Estos caballos han sido trabajados para esta actividad. Mi mamá tenía campo en Río Cuarto, mis tíos eran domadores, tenemos mucha afinidad y amamos los caballos. Empezamos en Córdoba hace 11 años", cuenta María Rosa Sánchez, mentora del Centro recreativo para personas con capacidades especiales.

Terapia alternativa

"Mi historia de vida me llevó a esto -refiere-. Soy viuda y mis hijos Javier (licenciado en Informática) y Daniel (analista de Sistemas) sufren una discapacidad de falta de oxigenación en el cerebro. Los estimulé con todas las terapias médicas hasta que en un momento dado dijimos basta y decidimos hacer algo con los caballos. Con mis hijos y con un grupo de gente fundamos ?Casona del Prado? en 2007". Se fueron agregando padres de chicos con discapacidad y ahora, con 20 alumnos, tienen personería jurídica y trabajan en un área protegida y con seguro médico. Fiel colaborador del centro es Matías, el cuidador: cada día, desde las 7 de la mañana se encarga de los caballos: los limpia, los cepilla, los alimenta y los saca a caminar.

Sánchez es contadora; trabaja en el estudio y en la pista con sus hijos. Se formó en Buenos Aires en Aaepac (Asociación de Actividades Ecuestres para Discapacitados); es instructora de Equinoterapia por la Facultad de Ciencias Agrarias de la Católica; hizo cursos en Brasil y en Colombia; talleres de doma india con Martín Hardoy, y también de veterinaria holística.

La idea es recrear al alumno de 45 minutos a una hora mediante monta terapéutica, junto al instructor. "La temperatura (38º) del animal relaja músculos, cintura pélvica, la posición se endereza, entra mejor el oxígeno, beneficia las células, y eso provoca bienestar y placer -explica Sánchez-. La persona con discapacidad, que es cuidada, pasa a tener alguien a quien cuidar, que es el caballo. Este los sigue, juega con ellos, están con ellos, caminan con ellos... Vienen los padres y los hermanos porque sin la familia no se hace nada. por eso es recreativo, y no se puede fijar un tiempo para ver resultados".

Daniela Giménez estudia Educación Especial, y junto a Solana (3) y Jesús (6) acompañan a su hermano de 13 años. "Facundo es autista. Cuando empezamos, en julio, no se sostenía en el caballo, le tenía miedo -comenta-. Ahora anda prácticamente solo y tiene buena postura. El animal le da fuerza y también lo relaja, contribuye a que se le oxigene el cerebro para poder adquirir nuevos conocimientos y le baja la hiperactividad".